“Colocar una valla y comenzar a disparar”. Este retorcido emblema bien pudiera ser una de las líneas sacadas del guión de la última y deliciosamente grasienta propuesta de Robert Rodríguez. No obstante, pertenece al discurso de un delegado del Tea Party, que estuvo sembrado en una de sus giras por Arizona. Así se resume su visión (y la que parece debe asumirse como misión) sobre la problemática de la inmigración ilegal procedente de México que trata de atravesar las turbulentas aguas de Río Grande. Pero el número de septiembre de la impoluta y sibarita Monocle es prolijo en aberraciones similares en su reportaje “Troubled Waters: Río Grande”, en donde se da buena cuenta de la delirante paradoja Tex-Mex.
La guinda de este escalofriante retrato de los enemigos acérrimos del legado Obama es, sin duda, el acompañamiento fotográfico: Babbi Girl, miembro del Tea Party, porta orgullosa dos banderillas americanas en los bolsillos de su peto vaquero a modo de tarta de cumpleaños; en un grotesco guiño sexual al coincidir con sus dos pechos. En su mano izquierda sostiene, como si se tratara de una casualidad o una rutina, un pequeño revólver. Sus redondeces cárnicas contrastan con la consumida figura y las venosas extremidades masculinas George Sprankle (miembro original de los Minutemen), de cuyo rostro se ha prescindido en la composición para destacar la metálica y patriótica hebilla de su cinturón, en el que reposa su machete (nunca mejor dicho) y su amantísima pistola. Phil Wolf, por su parte, posa con los restos del aguado café de cualquier take away en mano, enfrente de su obra maestra: un imponente cartel, aparentemente una valla publicitaria, que corona un puesto de alquiler de automóviles en Wheat Ridge, Colorado. En él se exige el certificado de nacimiento de Barack Obama. La caricatura del presidente con un turbante aparece acompañada de la duda que corroe a los miembros del Birther movement: “President or Jihad?” Para los interesados en dilucidar si Obama es musulmán, marxista o, en resumen, si ha nacido o no en los Estados Unidos (para determinados sectores reaccionarios, no existe contradicción entre los términos) el número de teléfono de Wolf puede consultarse en el mismo anuncio.
Tras un breve vistazo por este explosivo cóctel cargado de xenofobia conspirativa, violencia y extra de chili, el film de Rodríguez no parece sino un fiel reflejo de las esquizofrenias que brotan compulsivamente desde las Coloradas Montañas de San Juan, hasta el tejano Golfo de México. El padre del mexplotaition autoparodia sus Desperados a golpe de machetazo limpio. Las cabezas ruedan a los pies del nuevo salvador de los “espaldas mojadas”, encarnándose en el rostro del mexicano impasible, Danny Trejo. Lo que pudiera haberse quedado aparcado en una burda broma inflada de testosterona entre colegas, ha trascendido aprovechando pícaramente las últimos episodios de la realidad americana. El recrudecimiento de la situación en la frontera, no sólo por parte de las medidas antiinmigración del gobierno de Arizona, sino también acervada por grupos de patriotas (que así se denominan), happy triggers que blanden sus rifles con una facilidad pasmosa, empapa el film del director de El Mariachi. El Senador John McLaughlin, fascistoide personaje que redime los últimos y lastimosos papeles de Robert De Niro, bien pudiera acompañar a estos vigilantes improvisados, los llamados Minutemen, activistas armados como si el Armagedón llamara a las puertas de sus porches, que se autobautizan como la mano derecha de la US Border Patrol.
Un film tan político como políticamente incorrecto. Esta revisión chicana de Shaft se nutre de tacos, enchiladas, tequilas, toneladas de polvo levantado en el desierto por un ejército de mexicanos a lomos de sus tuneados automóviles, cuerpos mutilados, la katana de un Steven Seagal entrado en años (¿y en carnes o en toxina botulínica?), desnudos femeninos, incesto, los excesos de Lindsay Lohan, y el tan irrefrenable como improbable apetito sexual que despierta este ex-federal entre hembras del calibre de Jessica Alba o Michelle Rodríguez (con guiño al parche incluido). Todo ello arropado por el manto de la Santísima Muerte: la poética de lo trash, la estilización de la más baja estofa cinematográfica se codea con los ecos estéticos del imaginario popular mexicano; donde la superstición, la violencia y la religión se confunden en una estampa de los colores propios de un sueño sudoroso y febril provocado por una buena “venganza de Moctezuma”.
LAURA MAZA
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