¿Cuántas páginas necesita una vida?, ¿cuántas hojas bastan para reflejar una existencia? Puede que no tantas. A Chet Baker le valió con 123 para relatar sus memorias perdidas. A penas un centenar de papeles que resultan fascinantes, caóticos, adictivos. Supongo que de haberle conocido podría afirmar aquello de “son Chet al 100%”, lástima.
Su relato no se narra al uso, más bien se presenta como una selección de fotografías esparcidas por una mesa y seleccionadas al azar. A pesar de ello las memorias poseen un hilo común y parecen tener un sentido, quizá no el de reflejar una vida paso a paso, pero sí el de presentar trazos íntimos de la persona que se esconde detrás de un personaje público. Es curioso ver como el autor se sorprende de las cosas que se llegan a publicar sobre él.
El libro muestra a Baker en primera persona, sin matices, sin tapujos. Son una selección de sus recuerdos, algunos musicales, la mayoría no. Destaca que a diferencia de las biografías de contrato o las autobiografías semi redentoras, en las que el autor se debe al personaje y en las que el relato se convierte en una oda constante, Chet Baker no se esconde. Cuenta unos capítulos de su vida, otros no, pero de modo alguno pretende venderse ni en lo bueno ni en lo detestable, es sutil. No necesita adentrarse en lo errático de sus acciones si te adelanta “que por aquella época consumía 10 gramos de heroína y otros 10 de cocaína al día”. Vas avisado. No quiere escarbar pero tampoco obviarlo. Lo cuenta con naturalidad, sin pose.
Las mujeres, su otra gran pasión.
Narra tiernamente su primer encuentro sexual/sentimental, y presenta a todas las mujeres de su vida como personajes claves y ángeles de la guarda. La música también tiene peso, pero a diferencia de lo que cabría esperar no son excelsas las menciones. “Tocaba con estos tipos por esa época”, “me encantaba la manera de tocar de tal tipo”. Quizá lo más destacable sean los pasajes sobre su gira con el gran Charlie Parker, otro amigo del polvo marrón, o sus actuaciones junto a Stan Getz. No hay mucho más.
El contexto, esos años finales de los 50, se presentan como un narco mundo musical, todo el mundo se inyecta, todos fuman, todos comparten, las noches se alargan, la música es excelente y no faltan las mujeres. Entre medias se cuela el jazz. Son años completamente salvajes, hay clubes de San Francisco que abren a las dos de la mañana y hay muchos médicos enrollados que te venden recetas para drogas duras de farmacia. Hay jazz en las colas de las farmacias y tipos con los que encierra a pincharse en los baños de las estaciones de autobuses.
Quizá la parte más fascinante del relato sea la que habla de sus años por Europa. Baker habita Milán, Roma, Londres, París, Barcelona. Hablamos de principios de los años sesenta y por Europa conseguir droga parece incluso más sencillo. Los arrestos se ponen a la orden del día en la vida del cantante. Maderos que buscan fama, policías que obligan a enseñar los brazos en la puerta de los clubes. Baker va de error en error, pero en ningún momento pronuncia esa palabra. Bórrenla, yo tampoco. Sorprendentemente en ningún momento se juzga. Narra los hechos como si de alguien totalmente extraño o inventado se tratase. Pero son sus venas las que tarda 45 minutos en encontrar para poder chutarse. De las giras europeas apenas hay flashazos, algunos locales vagamente descritos, nombres de músicos con poco más detalle y algún incidente aislado. Rueda en Londres una película, allí reside, al límite de la sobredosis en casa de los padres de la que fuese su mujer y madre de sus hijos. Los doctores mandaban directamente la droga en un taxi a su camerino para que Chet se chutase en las esperas.
En Londres los propios policías le daban la droga en la celda cada dos horas para que aguantase el mono. En una de esas cayó todo la red y el doctor, Chet y algunos amigos más que le facilitaban recetas fueron juzgados. Los conciertos, la música, las mujeres y todo lo demás van perdiendo protagonismo a medida que avanza el relato en pos de las drogas, los camellos, los calabozos y las cantidades. Pero Chet no parece hundirse, tampoco se reconoce adicto todo el tiempo, hay épocas más despejadas, más claras. Parece que eran cosas que quería recordar, o contar, tal vez incluso olvidarlas, purificarse. No sabemos la intención real de estos escritos, fueron encontrados y publicados en 1997. En 1988 Chet Baker moriría al caer por la ventana de un hotel en Ámsterdam tras ingerir heroína y cocaína. Estos textos los encontró su mujer Carol Baker, autora de un sentido prólogo.
ALFONSO CARDENAL
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