Después de más de un año perdido por el desierto, por fin ha sido encontrado, sano y salvo, un miembro de las fuerzas especiales australianas que desapareció durante un combate en territorio afgano. Se trata de Sabi, una perra labrador negra de cuatro años, experta rastreadora de bombas, que habían destinado al frente en Afganistán.
Tras ser examinado exhaustivamente, no se ha llegado a ninguna conclusión clara de qué ha podido ser de Sabi durante todos estos meses en los que ha estado en paradero desconocido, puede que huyendo de los talibanes o capturada como prisionera de guerra, según ha declarado a reporteros de Camberra el Brigadier Brian Dawson.
El pasado mes de octubre, el ministro australiano de defensa mostraba su interés en retirar las tropas de este acorralado territorio. Unos días después, el primer ministro Kevin Rudd, aseguraba que no hay ningún interés en retirar tropas e incluso que pretenden permanecer en el país durante un largo plazo de tiempo. Vaya. Rudd incluso ha posado con la perra para los fotógrafos y ha manifestado, mientras están sometiendo al animal a numerosas pruebas médicas, que el gran desafío para Sabi llega ahora. Y es que tendrá que enfrentarse a los temidos “tests de cuarentena”.
Esperemos que la perra no conozca la historia de Horrie, un terrier que en 1941 fue encontrado en territorio egipcio por el soldado australiano Jim Moody, quien se encontraba sirviendo a su país durante la Segunda Guerra Mundial. El perro fue en seguida adoptado como mascota por el batallón del que era miembro Moody, acompañando fielmente a los soldados a través de Grecia, Creta, Palestina y Siria.
Entrenado para alertar la batallón cuando se avecinaba algún ataque de la aviación enemiga con sus aullidos, Horrie incluso fue ascendido a cabo primero del Ejército australiano. Para evitar el duro control de cuarentena de su país, Moody decidió pasar al perro en su mochila cuando regresaba a casa, pero las autoridades se enteraron tres años más tarde y condenaron al perro a morir bajo la “Norma 50 de la Ley de Cuarentena”. El valeroso soldado pidió el indulto, recibiendo el apoyo de la comunidad y medios de comunicación, pero nadie pudo hacer nada. Horrie tenía que ser sacrificado. Y así se hizo.
Lo que las autoridades australianas en su empeño de protección no sabían, era que el sacrificado no fue Horrie, sino un pobre perro callejero que el soldado compró por cinco chelines, para así burlar a las autoridades y salvar a su compañero de armas.
VANESSA PASCUAL
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