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El último gran suspiro de Buñuel

No tenía demasiado calado a Buñuel. Sabía quién era y a qué se había dedicado. Había visto obras sueltas de su cine, gracias a ciertas recomendaciones puntuales. Un día este maño se cruzó en mi camino de manera insistente. En la cola de una caja, dispuesta a regalar sus memorias (“Mi último suspiro”, 1982), comencé a leer la primera hoja:

Memoria:

Durante los diez últimos años de su vida, mi madre fue perdiendo poco a poco la memoria. A veces, cuando iba a verla a Zaragoza, donde ella vivía con mis hermanos, le dábamos una revista que ella miraba atentamente, de la primera página a la última. Luego se la quitábamos para darle otra que, en realidad, era la misma. Ella se ponía a hojearla con idéntico interés.”

“Mi último suspiro” son unas memorias sinceras, abiertas, humildes, humanas. Un sencillo discurso sobre el arte desde la perspectiva de un genio, pero también una interesante crónica de la historia de España desde el punto de vista más humano. Desde su infancia, sus recuerdos medievales de Calanda, a su estancia en Madrid en la Residencia de estudiantes donde conoció, convivió y compartió ratos y conversaciones con destacadas figuras de aquella generación, como Rafael Alberti, Federico García Lorca o Salvador Dalí. Buñuel habla con el lector sobre el amor, la amistad, el sexo o la muerte. Sobre su experiencia en Hollywood, su amor a México y su etapa cinematográfica afincado allí. Sus retornos a Madrid, para él la ciudad con la luz más bonita del mundo. Sus recuerdos sobre cine, los rodajes, los amigos y los que dejaron de serlo.

Comenzar la lectura de “Mi último suspiro” es ponerse a charlar con Luis Buñuel con una café delante, o sentado junto a él en el metro de camino al trabajo. Sus memorias te hablan, se suceden las reflexiones y las ocurrencias, Buñuel te lleva de viaje por diferentes épocas y lugares. Un recorrido imprescindible y muy interesante por su carrera cinematográfica, con recuerdos que van desde sus inicios como espectador absorto con aquel nuevo invento que al principio narraba un señor junto a la pantalla, hasta el origen de sus obras maestras, como la historia de “Viridiana”, con ese final cambiado por sugerencia de la censura de la época (habiendo resultado éste, ser incluso más provocativo que el primero, pero también más lejano al entendimiento del censor). Sus memorias emanan desde la humildad de un hombre sencillo, que no entiende las interpretaciones freudianas que de su obra se han hecho, y que carece de respuestas para muchas de las preguntas que filósofos y cinéfilos siguen formulándose sobre su arte.

Un adelantado a su época. Un afortunado que pudo dedicarse a lo que más quería. Una compañía inmejorable para los ratos de lectura.

VANESSA PASCUAL

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