Hay mil formas de criticar a un director de cine pero sólo una de reprender a Martín Scorsese: llamándole aburrido. A un paso de iniciar el otoño número 69 en su colección y con una cuarentena de trabajos en su haber, el tipo duro más bonachón del barrio de Queens nos vuelve a sorprender con un retrato de la vida del músico y exbeatle George Harrison.
“Living in the material world”, que así se llama la criatura, es un caramelo en la puerta del colegio para cualquier aficionado a la música y una especie de santuario al que peregrinar para los seguidores del cuarteto de Liverpool. Sus bazas: el arte de Scorsese para narrar las peripecias de sus mitos; cientos de imágenes inéditas sobre Harrison y sus compañeros de hazañas; unas canciones enormes y muchas, toneladas de emoción.
Como ya hiciera en trabajos como “No direction home”, “The Last Waltz” y con menor brillo, “Shine a light”, el creador de “Taxi driver” nos presenta con todo lujo de detalles a un protagonista por todos conocido, sin perder de vista el mundo que le rodeaba y todo ello contado por aquellos que compartieron viaje con él. Paul y Ringo son dos de las voces más autorizadas para hablar sobre el gran George y la primera parte del documental gira sobre su experiencia en los Beatles, con momentos para los fans del señor Starr absolutamente impagables (bajada de escaleras a lo Norma Duval incluida). Yoko Ono lanza puyas a McCartney, Clapton reconoce haber tenido envidia del homenajeado (se quedó con la primera mujer de Harrison) pero todo eso queda en segundo plano cuando aparecen en pantalla tipos menos mediáticos como el músico Ravi Shankar o el fundador de la meditación trascendental, Maharishi Mahesh Yogi.
Es en la segunda parte del documental, que completa una cinta de 208 minutos de duración que jamás debería terminar, cuando Scorsese, Harrison y los invitados dan su mejor medida, cuando mejor conocemos al artesano de “Something” (posiblemente una de las mejores canciones en la historia de los Beatles). Si la fase de los Fab Four es bien conocida por todos los que nos acercamos a este filme y no aporta nada relativamente nuevo a lo ya sabido; la etapa de George en solitario es todo colorido, un viaje a la India permanente montado en un tren de los de antes, de esos que van muy despacio y en los que crees llegar a conocer a esas gentes con las que cruzas miradas a través de los cristales. Mientras suenan canciones como “All things must past”, “I live for you” o “My sweet lord” te metes de lleno en la vida de un tipo que siempre estuvo en la sombra de la cima. Que hizo lo que quiso y como quiso. Que soñó con meterle mano a Jayne Mansfield y solo consiguió que le echasen del Whiskey a Go-Go. Que se propuso ayudar a Bangladesh juntando a todos sus amigos e hizo historia. Que pagó la entrada de cine más cara de la historia del cine para salvar a los Monty Python. Que buceó en el Ganges y fue inmortalizado por el ojo clínico de Scorsese. Un ojo que ya ha encontrado a su siguiente héroe para inmortalizar: Sinatra. Y mientras recuerdo a la última mujer que abrazó a Harrison y a su amigo Ringo, con los ojos llorosos, recordando sus confesiones finales, pienso en lo que decía Dhani Harrison, hijo del beatle místico: “En mi casa ir al colegio era ir a contracorriente”. Diez años después de que George dejase su cuerpo para siempre (el Maharishi le preparó para ese gran reto) su legado sigue siendo como el mantra Hare Krishna: alegre y lleno de vida.
RUBÉN BRUÑA
Leave a comment