Agorafobia

El mochilismo no sólo me ha proporcionado momentos inolvidables sino que, además, me ha quitado de encima un gran peso que me llevaba torturando diez años.

Me remonto a enero de 1995 para meternos en contexto. Unas horas antes de que el Real Madrid diera una soberana paliza al Barcelona por 5-0, yo andaba por las proximidades del Santiago Bernabeu con la intención de ir a una bolera situada en la madrileña zona de Azca. Para el evento, me vestí con las mejores galas, entre ellas, una flamante cazadora de borrego que mis padres me habían regalado con toda su ilusión el día anterior.

azca_agorafobia_masquecineAntes de salir de casa, mi madre, con ese don que sólo las madres tienen, me dijo que tuviese cuidado con la cazadora porque, al parecer, “era muy golosa”. Una vez en el Azca, mientras esperaba en compañía de un amigo al resto de la compañía, unos energúmenos ataviados con ropa militar y luciendo una hermosa cabeza rapada, nos rodearon. El más ganso de todos se acercó a mí, rodeó mis hombros con su brazo, y sin dejar de mirar mi nueva cazadora me dijo –Bonita cazadora ¿eh?- -Sí, la verdad- le contesté ingenuamente- -Pues, venga vete desabrochando la cazadora ahí-. Se me heló la sangre, sentí como mi corazón retumbaba en mi pecho, bombeando la sangre hacia todo mi cuerpo. No me podía creer la situación. Estaban intentando robarme la cazadora. A mi amigo le entró pánico y echó a correr. Uno de los cabezas rapadas grito – Eh, se escapa el pardillo, a por él- Y acto seguido cinco de esos monos rapados salieron corriendo. El resto de depredadores me rodearon mientras me decían –Nos vas a dar la cazadora por las buena o por las malas, tú verás-.

El miedo me mordía los píes y los brazos y comencé a temblar. Balbuceaba palabras sin sentido, rogando a mis captores que por favor me dejaran ir. La manada de lobos estrechaba aun más el círculo alrededor de mí. Finalmente me resigné y comencé a desabrocharme la cazadora.

De pronto, me acordé de unas monedas que tenía en el bolsillo y decidí rescatarlas para hacer una llamada pero el pulso me traicionó, al sacar las trescientas pesetas mi mano tembló y se cayeron al suelo. La manada, deseosa de robar tesoros, miró al suelo y como niños que recogen los caramelos de una piñata, se lanzaron a por las tres monedas de veinte duros. Los depredadores habían deshecho el círculo que me acorralaba. Sin pensarlo, me escurrí por el hueco abierto y me lancé a la carrera al grito de socorro. En realidad no era yo el que corría, era mi miedo.

Las rebajas abarrotaban los alrededores del Corte Inglés de Nuevos Ministerios. Entré en el gran almacén y continué corriendo hasta llegar a una oficina en el interior de la tienda. Allí, exhausto y aterrado, conseguí llamar a mi casa para que mis padres vinieran a recoger lo que quedaba de mí. Ese día rompí mi último lazo de inocencia.munch_grito_masquecine

Después de aquella experiencia, comenzó a costarme trabajo salir a la calle. Cuando veía una cabeza rapada me escondía como una garza asustada. Día tras día fue creciendo en mi interior ese mal que los psicólogos conocen como agorafobia.

Pasaron varios años de aquel incidente pero la impronta se había quedado en mi subconsciente. El miedo a la calle era tal, que en ocasiones, me entraban crisis de pánico y tenía que salir corriendo del lugar en el que me encontrara. Podía ser la gran vía, el metro o el parque de mi barrio, daba igual. Sentía un miedo injustificado pero terriblemente poderoso, como si una amenaza se cerniera inminentemente sobre mí para acabar con mi vida. Me sentía inseguro en cualquier lugar que no fuese mi casa. Esa fue la dinámica durante diez largos años: crisis de ansiedad, taquicardia y miedo.

Nunca se me pasó por la cabeza acudir a un psicólogo por pura vergüenza. A cambio, trataba de hacer mi vida lo más normal posible para que nadie supiera lo que me pasaba. Salía con mis amigos, hacía deporte, estudiaba… pero siempre con esa daga ensartada en mi corazón.

Un día mi chica me propuso ir de viaje por Europa. Ella y yo solos. Lógicamente le dije que no pero insistió tanto que no me quedó más remedio que acceder. Entonces no sabía lo acertada que fue mi decisión.

Con un miedo atroz y un nerviosismo indescriptible, partimos hacia Italia en avión. Próxima parada Milán. Al llegar a tierra italianas me volvió a atacar el miedo y me quedé paralizado: allí nadie hablaba en castellano y no conocía un solo lugar donde poder sentirme seguro. Mi santuario de paz estaba a cientos de kilómetros y por delante me quedaba un mes sin refugio. Mi chica no hablaba inglés, así que me tocó el papel de encabezar todos nuestros movimientos. La situación me desbordaba.

Poco a poco me fui dando cuenta que el miedo no iba a ser buen compañero de viaje. Si quería sacar provecho de la situación, tenía que quitarme de encima ese incómodo sentimiento. Sin darme cuenta, fui olvidando mi miedo, desenvolviéndome por Milán como un pícaro. Tras Milán vinieron, Roma, Patras, Atenas, Tesalónica, Estambul, Sarajevo, Mostar, Dubrovnik… Enterré para siempre la agorafobia. Nunca más he vuelto a tener miedo.

Lo que realmente me hizo romper la barrera del miedo fue la propia necesidad de la situación. Sin pensarlo, estaba poniendo mi mente al límite: estaba al borde de un precipicio y no me quedaba más remedio que avanzar. Me vi en la necesidad de enfrentarme a la agorafobia sin posibilidad de dejarla salir, ya que todos los subterfugios que paliaban sus efectos se habían quedado en Madrid. Solo ante una ciudad desconocida en mi primer viaje al extranjero. Aquello que me había perseguido durante años desapareció en menos de un día.

Ahora recuerdo esa etapa de mi vida como algo pasajero, y todo gracias a ese primer viaje a la aventura. Desde entonces, aunque la agorafobia se ha desintegrado, arrastro una enfermedad mayor, una dependencia que se hace más fuerte cada día, necesito mi dosis de viaje.

DAVID NOGALES

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2 Comments

  1. Nogy
    25 Noviembre 2009

    Si estos depredadores urbanos fueran leones africanos morirían de hambre porque se les escapan todas las piezas, jajajaja, pringaos!

  2. aL
    20 Noviembre 2009

    A mí también me intentaron atracar en esa zona y también escape, ¿serían los mismos cabrones?

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