El mundial de fútbol. Ese gran acontecimiento, esperado y celebrado por aficionados y no tan aficionados a este deporte. Una oportunidad de sentirse identificado con los colores de las banderas nacionales. Un lapsus de hermandad entre los que a lo largo del año, durante las ligas de cada país, han estado inevitablemente enfrentados cuando sus equipos han rivalizado. El mundial de fútbol. Un respiro a la crisis, a la política nacional e incluso a la cada vez más aburrida y decadente programación televisiva. Fútbol, sonrisas, gritos, silencios, lágrimas.
Un mundial que este año se celebra en Sudáfrica. Un país marcado por una historia de racismo y barbarie, por el Apartheid. Casi 50 años de privilegios para la raza blanca y vejaciones para la raza negra. Una recuperación económica paulatina que ha posicionado al país como la primera economía de África y que acapara el 25% de todo el PIB africano. Dicen que el mundial este año es en África, pero ningún atisbo de este vasto continente se ve reflejado en la imagen que de Sudáfrica se brinda, sobre todo de cara a este acontecimiento.
En Musina, población que se encuentra en la frontera entre Zimbabue y Sudáfrica, se cierne una linde que delimita una de las mayores pobrezas mundiales (Zimbabue) frente a la economía emergente de su país vecino. Cuando intentan cruzar la frontera por el río Limpopo, en busca de una oportunidad, los zimbabuenses se ven atacados por los guma guma, bandas criminales que les extorsionan, roban y, en algunas ocasiones, hasta violan. La pobreza enriquece a las mafias y el sistema ofece su espalda. El país que acoge la Copa del Mundo es uno de los más violentos. Por no hablar de los cinco millones de enfermos de SIDA y las desigualdades sociales latentes. Quizás el dinero invertido para el Mundial podría haberse destinado a cubrir necesidades más urgentes, en un país con más de 60.000 millones de euros de deuda externa.
El Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010 tiene muchos protagonistas, sí. Uno muy importante y con el que se saca mucha tajada es el balón oficial. Jubalani (en zulú significa regocijo, alegría) es el nombre comercial que ha elegido Adidas para bautizar a esta pelota, diseñada por ingenieros y académicos ingleses, que cuenta con maravillosas características técnicas que lo hacen del todo especial. Un balón del que se hacen réplicas menos sofisticadas en la ciudad pakistaní de Sialkot, donde los trabajadores tardan 2 horas y media en realizar este esférico, para el niño, o no tan niño, en cuestión. Un sueldo de 3 euros al día, con el que fabrican 5 balones, que luego serán vendidos por 25 euros cada uno en El Corte Inglés.
Sudáfrica es ahora una marca que ha gastado unos 5.000 millones de euros en la preparación para éste, el mundial más caro de la historia para la FIFA. Un país en el que la mayor parte de la gente está inmersa en la pobreza, en un continente del que las grandes economías succionan todo lo que pueden y más. Una inversión que habrá que ver si se amortiza en los próximos años, aunque, como opinó Desmond Tutu: “Seguramente se va a perder dinero y la mayoría de estadios no se van a usar más, pero el beneficio psicológico, el sentimiento de orgullo nacional y de confianza en nosotros mismos que va a significar este Mundial no tiene precio”.
VANESSA PASCUAL
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